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Mi primer relato

Según algunos, en las antiguas tradiciones de Australia, el hombre está hecho para cantar, esa es su funcion, y por eso tienen las letras...

pizzabots

El despertador de Almudena subió a su cama y le lamió la cara, cómo era su costumbre, Almudena, cogió la réplica de hueso y la lanzó por la puerta abierta de su habitación, hacia el pasillo; el despertador cogió el hueso y se quedó en la puerta, observando la efectividad de su labor; si Almudena volvía a dormirse, el despertador repetiría la acción en unos diez minutos; hoy no era uno de esos días, hoy había dormido bien, la labor inquisitiva del despertador no era necesaria, como tampoco eran necesarios el par de toques en la cabeza del despertador que acostumbraba a dispensarle cuando no requería de sus servicios, pero tras ponerse las zapatillas de andar por casa se los proporcionó. Era una forma de hacer un gesto por el medio ambiente, le gustaba tenerlos, de así el despertador salía del modo espera, se dirigía a la puerta, se sentaba, introducía su cola en el cargador de corriente continua y no volvía a ponerse en marcha hasta el día siguiente.

Almudena se dirigió a la cocina, puso la tostadora en marcha y se preparó un café con leche de cabra. Hacía dos décadas que había dejado de beber leche de vaca, una suerte de mal olor, que sólo ella podía captar, le había prevenido de los estadísticos síntomas que la población en general comenzaba a padecer con relación a la ingesta comparativa. Hace dos décadas habría sido un golpe de suerte, pero hoy en día suponía un puntaje nada desdeñable en la atribución de méritos genéticos: Un puntaje de 100 supondría la dispensación de nicotina por ejemplo, uno de 200 un acceso a documentación necesaria para estudiar y subir en la pirámide laboral... La posesión de genes tan raros y extraordinariamente eficaces, para una percepción que procuraba tantos beneficios en la salud, le otorgaba 2000 puntos. Con 2000 puntos uno salía del grupo medio de individuos aceptables, (aquellos a los que se les procuraba una vida de trabajo sin dejar de trabajar), uno entraba en el estimado grupo de altamente deseables; se abrían las puertas del ocio, siempre se podía seguir trabajando, pero solamente si se deseaba; la documentación a la que uno quisiese tener acceso se mostraba claramente estratificada, el sistema tenía en cuenta los gustos y la información era proporcionada a la rapidez de asimilación que uno quisiese mostrar con cada tema en particular. Además de gozar del doble de participaciones en los sorteos de procreación anuales, se le administraba alimentación apta para procrear de forma natural y se fomentaba, con puntaje acumulativo, que uno dispensara a su progenie natural la educación que gustase. Ni que decir tiene que los clubs de altamente deseables eran una autentica gozada, lugares donde uno podía relacionarse, de verdad, con todo tipo de individuos, con destrezas cautivadoramente atrayentes o fascinantemente curiosas; pero raramente llegaba a tener encuentros íntimos con sus miembros. En realidad no le atraía mucho tener hijos naturales, aunque tampoco descartaba la posibilidad de encontrar a alguien especial que le hiciese cambiar de idea. Por ese lado perdía la posibilidad de ganar puntaje, pero siempre pensaba que el hecho de estar en posesión de otros 500 puntos por ser ambiope sin padecer complicaciones oftalmológicas lo compensaba. Por eso seguía apuntada en la lista de seguimiento génico, se sentía afortunada con los resultados, aunque el sueño de volar a Isla Tradicional seguía estando radicalmente fuera de sus posibilidades. ¿Pero a quién le interesaba poder probar leche de vaca tradicional para saber si sabía igual de mal que la que se dispensaba al resto de la población? A ella... Seguiría soñando con tener un perro natural.

Y soñando seguía mientras se dirigía a la ducha, se preguntaba si sería acertada una visita a las salas de úteros artificiales. Se sonreía a si misma con las ideas que le venían a la mente sobre aquellos tiempos en los que las mujeres se sentían intranquilas con respecto a su implantación genérica. No es que la historia fuese una de sus grandes aficciones, pero la noche anterior había estado indagando sobre el tema. Obviamente se había demostrado ampliamente que el tener dos parejas de X en el genoma producía ventajas nada desdeñables en las características de los individuos dentro de la sociedad, pero no siempre fue tan obvio y mientras se duchaba pensaba en aquella Gran Dama Eugenia de Catrata que defendió los úteros artificiales y la críeducación profesionalizada sin tener nada seguro que algo tan fundamental como el hecho de ser mujer se perpetuaría en el tiempo como una característica deseable. 

Mientras se secaba las tímidas gotitas que quedaban sobre su cuerpo, su mente, cambió de tema, acordándose entonces de los tiempos en los que se impuso la corriente alterna como medio de transmisión de la electricidad. 

Se vistió y llamó a una amiga.

-Desiré

El equipo de realidad aumentada puso en marcha la solicitud.

-Acepto Almudena- respondió su amiga plantandose en mitad del salón.

-Hola cielo ¿Que tal estás?

-Estoy de los nervios Almu, tengo un miedo terrible, cada vez que oigo el ascensor pienso que va a ser uno de esos pizzabots pirados.

-¿Pizzabots pirados?

-¿No te has enterado?

-Pues no...

-No estoy presentable, estoy de los nervios, están en el barrio, hace dos horas escuché un grito en la calle, seguro que ha sido uno de ellos. ¡Por el amor de Dios no salgas a la calle! ¡Tenemos privilegios de puntaje: las puertas se abrirían! ¡Tienen que cambiar el sistema! ¡Dios! No, no estoy presentable. Mira Almu, tu lee el periodico de hoy, respira, pon la criabot en modo médico por si te da un ataque de ansiedad y dentro de cuatro o cinco horas si quieres me vuelves a llamar. Si te sientes mal llama a otro. Yo... ¡No puedo ayudar! Cuelgo Almudena.

Y la comunicación quedó cortada dejando a Almudena seriamente preocupada.

No es que Desiré hubiese destacado nunca por su estabilidad emocional, pero su amiga se veía seriamente desbordada. Estaba bien que la hubiese avisado de que no debía salir a la calle, pero más que preguntarse el porqué no debía hacerlo se preguntaba porqué teniendo esto claro seguía tan claramente perturbada; no había nada que temer dentro de una casa ¿O si?

Almudena acudió a la impresora, hacía al menos una semana que no leía ningún diario. Le echó un vistazo a la noticia de portada: "Un Radical se inmola en una pizzería al grito de: "Quiero volver a Isla Tradicional"".

Curiosamente las pizzas parecían estar causando muchos problemas ultimamente. Encendió la impresora e introdujo el periodico reescribible en la misma: Era el método más rápido para obtener noticias de última hora. Más rápido que el servicio de noticias de la realidad aumentada, que, a veces, suprimía las connotaciones más aventuradas. El papel salió recién reimpreso y cuando lo cogió aún estaba templado; en primera plana aparecía:

"Pizzabots enloquecidos

Van cuatro víctimas mortales y cinco heridos en la última hora, los servicios nacionales de robótica están tratando de desactivar los pizzabots del municipio.

Al parecer la primera víctima se ha producido a las 6:45 cuando un empleado de diseño fotográfico se proponía tomar un tranquilo desayuno antes de acudir a su puesto de trabajo: Un pizzabot, del modelo AE276, de la pizzería Tain, situada en el 67 de la calle Ortiz, le seccionó parte de la yema del dedo meñique con su cuchillo. La víctima no reportó el incidente de inmediato por solicitar asistencia sanitaria..."

Almudena no podía creerlo: ¡Un pizzabot que mata personas! En ese mismo momento escuchó el ascensor que se ponía en marcha en la escalera.

"...al parecer este lapso de tiempo dio lugar a que la parte del dedo meñique seccionada fuese dispensada, por el mismo pizzabot, como parte del producto destinado a "prueba del día" a una pequeña de seis años, quién marcó con un "me encanta" el producto dispensado..."

La puerta del ascensor correspondiente a su planta sonó mientras se abría.- "No puede ser un pizzabot loco, será algún vecino". - Pensaba la mujer, pero el caso es que quedándose involuntariamente  paralizada y a la escucha no se escuchaba ningún sonido de llaves ni ninguna puerta abriendose o cerrándose. Al cabo de un minuto de silencio recobró las fuerzas para seguir leyendo:

"...Otros cuatro pizzabots del municipio captaron en red la aprobación del nuevo ingrediente, procediendo sin demora a su integración en el producto. Por los datos de que disponemos en estos momentos al menos tres pizzabots de los cuatro dispusieron de aprobación humana. Aunque parezca increible les dio tiempo a cocinar pizzas con carne humana antes de que llegasen los reportes al servicio..."

-Aghh. - Exclamó Almudena para su pesar.

Casi de inmediato algo se movió en el rellano.

-"Dios, no puede ser. No, me estoy poniendo nerviosa eso es todo..."

"...Según todos los indicios la poca afluencia de comensales en estas primeras horas del día han sido el factor propicio para que la falta de información produjese las primeras ingestas..."

-PUM- Un fuerte golpe en la puerta de su casa sobresaltó el corazón de Almudena.

-"¡No, no puede ser! ¡Será una coincidencia!"

-PUM.

-¡Auxilio!

-Servicios de emergencia. Mantenga la calma, en breves instantes la realidad aumentada le mostrará ayuda humana en su domicilio.

-¡Auxilio!

-Hola ¿Que sucede?

-¡Creo que tengo un pizzabot loco en mi casa!

-Mantenga la calma ¿Está el pizzabot en su domicilio? ¿En qué habitáculo se encuentra? No lo veo.

-¡En la puerta! ¡Está golpeando la puerta!

-Tranquila señora. ¡Chicos, el que nos falta! ¡Bloquead servicios domóticos en esta dirección!

-¡Dios! ¡Dios!...

-Tranquilicese, mandamos ayuda humana presencial de inmediato, no se preocupe por el pizzabot, acabamos de interferir todas las señales de servicios domóticos en su dirección. Ya ha pasado todo.

 "... las aprobaciones humanas del ingrediente adicional provocaron una "segunda oleada" en la que los pizzabots, antes de que cundiese el pánico, consiguieron herir mortalmente a cuatro personas. La considerada "primera oleada" se produjo hace una semana, cuando, tras la inmolación de un Radical un pedazo de carne se introdujo en varias porciones de pizzas ya servidas. Los cerebros de los pizzabots, programados para descartar una lista de ingredientes (entre los que se encontraba carne humana y substancias potencialmente tóxicas), consiguieron deshacerse de todas las porciones contaminadas. Todas menos una, que fue ingerida y aprobada. Los cerebros de los pizzabots, que también están concebidos para aprender, observaron durante esta semana el progreso de la persona que había realizado la ingesta. Al no percibir daños en su salud...  Se está estudiando la responsabilidad de la agencia de alimentación en los sucesos, ya que al bajar el nivel de aceptabilidad... al forzar a los pizzabots a aprovechar el seguimiento de las substancias accidentales introducidas... También se considera seriamente la responsabilidad de los últimos programadores..."

- ¡Señora!

-¿Si?

-Ya estamos aquí, no se preocupe. Ya ha pasado el peligro.

-No... no puedo verles bien.

-Tranquila, es un ataque de ansiedad.

Tres meses después Almudena estaba completamente recuperada. O casi. A decir verdad tenía dos secuelas, aunque ninguna era grave. La primera fué que a partir del incidente su ambiopia se transformó, a partir de aquellos sucesos necesitó usar gafas para ver de lejos, aunque tan solo tenía una dioptría. Aquello supuso la pérdida de sus 500 puntos, pero la administración decidió dotarla de 1000 por daños y perjuicios. También le dieron un billete para pasar una semana de vacaciones en Isla Tradicional... a lo que ella preguntó abiertamente si tenían pizza allí. Nunca, jamás volvió a comer pizza.

Velocidad









Madrid se discurre de noche en un atardecer eterno: sin luna y sin forzar la vista, (desde cualquier ventana que de a un patio donde los haya), puedes ver a los murciélagos, hábiles cazadores, y sus requiebros. Hacen virar sus cuerpos en el aire, adelante, atrás, de lado, en un baile que sus homólogos aéreos del día no pueden imitar. El cielo, cuando está cubierto de nubes, se muestra en tonos anaranjados e infernales, recordándonos que la estatua del Angel Caído está cerca, muy cerca de nosotros.

Las gasolineras del extrarradio derraman su luz azul y blanquecina, recostando sus cierres sobre el asfalto sediento de cualquier verano; sus ventanillas (lugares indómitos dónde la economía no tiene resuello) prometen fácil acceso a gasolinas, tentempies intempestivos, bebidas y prensa por el precio ampliamente aceptado de sus bostezantes recados, hombros resignados y ojos dolidos. 

La vigilia no cesa de engullirnos, unos detrás de otros; atrayéndonos voraz, vertiginosamente trasnochada, cada vez más cerca de esa línea quimérica que separa lo real de lo imposible.

Un grupo de muchachas ríen sus primeras salidas, se acercan a la gasolinera y piden una botella grande de agua; el carmín es morado y la negrura del rimel se ha deslizado oscureciendo su mirada; una ha bebido y su risa es escarlata; otra ha ligado, y desde sus francesitas azules, desde las que parece descalza, hasta su cabello amarillo ondea sueños locos llenos de doradas esperanzas; la tercera llega tarde y esconde de los cigarros las marcas; pagan, vuelven a casa, un coche las espera en marcha, el hermano mayor de una de ellas es el chofer silencioso de sus frágiles manos atoradas. 

Un coche rojo espera el semáforo al otro lado de la calzada; la música clásica se desliza por la ranura de sus cristales, las ventanillas apenas un par de centímetros bajadas. Dentro una pareja; él informático, con dinero, con éxito, tratando de comenzar una vida estable; ella jovial y risueña, estudiando la carrera y sintiéndose princesa; vienen de una cena; solamente una nube: el cuñado de él le ha tirado los trastos, ella sabe que no llegará jamás el agua al río, pero no puede negarse que no ha sentido frío; la sonrisa de él tiene el calor de los abrazos vacíos.

El semáforo se pone en verde, y en verde, al ponerse en marcha, un mosquito vuela, consigue volar, desde el capó, hasta una verde enredadera.

Una habitación aislada, un cúmulo de lágrimas desbordándose con las luces de la terraza, sollozos de cajera insomne, cuyos oídos siguen escuchando los pitidos de las cajas; el hambre de su soledad le acecha y le atenaza. 

La edad avanzada de un hombre escucha dos pisos arriba, sueña con los ojos abiertos que se transforma en héroe, que deja de esperar y actúa, que le toca la lotería y soluciona los problemas de toda su familia, que se trasladan al lado rico, que deja de oír sollozos, que consigue plantar lechugas. Su mujer le llama desde la cama, mañana tienen que acudir al médico, mañana.

A tres o cuatro manzanas se escucha la sirena de una ambulancia, dentro llevan a un esquizofrénico con taquicardias, un sanitario le acompaña; el conductor habla con el manos libres, está concertando una cita para cuando acabe su jornada; le estará esperando un pollo asado con patatas en la casa de su amiga, a la que conoce desde hace dos semanas. 

Una casa afortunada, tipo chalet y adosada, con garaje y dos entradas. Dentro una mujer con su herencia enquistada, tuvo que perder a sus padres para regresar a la vivienda, trata de venderla, pero no hay manera. Su carrera es lo primero, es mujer y cirujana, ayer ya perdió su último paciente, pero trata de mantener la calma, calcula la sal para la salsa.

La motocicleta de Miguel va a setenta kilómetros, a estas horas no hay nadie que le estorbe y puede repartir sus paquetes por cualquier zona de Madrid rápidamente, le gustan estos chalets, tal vez algún día… De repente se le cruza una limousina rosa, ha estado cerca, las que están dentro están locas.

En la limusina Rosa medio ahogada piensa: “dentro de tres horas Rodrigo tiene colegio, no sé cómo voy a llevarle”

Una golondrina se lanza en picado, mostrando las proezas de su vuelo, hasta el límite, para demostrar lo cerca que puede llegar del terreno, forzando hasta el estupor sus virajes en el último momento; una vez tras otra, ante el estupor de nuestros anhelos; de repente algo más vira: ha roto el punto del no retorno; justo ante nuestros ojos: ha ido demasiado lejos, sabiéndolo ha tratado de salvar la vida, ha volteado y parecería que el aterrizaje ha sido exitoso; pero sus alas no pueden alzarse de nuevo, golpean contra la acera, son demasiado largas para permitir que vuelva al cielo. Un niño lo sabe, se acerca, la recoge con sus manos, la eleva lanzándola hacia lo eterno, y la golondrina vuela, puede volver a su mundo aéreo; sin embargo ha sido demasiado tarde, todas las suyas la repudian, el motivo, más que acertado: huele a humano, no tiene remedio.

inviu

Eran los tiempos en que las estrellas hablaban y la luna contaba fábulas sobre los principios del universo, donde el aire y los vientos insuflaban las fuerzas de los espíritus en el ánimo de los hombres y cada ser inventaba su nombre cantandoselo al corazón de los invius. 

Los invius, raza grande, aún contaba con pocos miembros; demostraban su valía con el contar de sus años y se enorgullecían en la veneración a sus ancianos, a los que, siempre, dejaban el mejor lugar al derredor de sus hogueras.

Las piedras les decían donde colocar sus campamentos y las aguas cuando debían recogerlos y buscar otras tierras, cogían los frutos de los árboles y, aunque gustaban de la caza, preferían la pesca. Se encontraban casi siempre cerca del océano, al que consideraban casi como un padre, severo, fuerte, muchas veces austero, pero siempre cercano y proporcionando alimento.

El clan inviu de la estrella azul contaba con casi 100 individuos, hacía cinco años que no se habían encontrado con otros seres humanos, pero la costa les había sido grata y los nacimientos desde el último encuentro habían sido numerosos.

La estrella polar marcaba el rumbo, Jupiter y la estrella vespertina eran propicios, los ancianos instaban a los jóvenes a explorar en busca de posibles parejas, con las que aumentar su número, pues el alimento sobraba y el sol seguía su rumbo templando las aguas.

Y el encuentro llegó, tres jóvenes encontraron un pequeño grupo, apenas cinco exploradores de otro clan inviu. Les agasajaron con frutas, agua dulce recogida en cuencos de coco, vestidos dorados y cantos de bienvenida. Celebraron fiestas y los ancianos hicieron su trabajo proclamando juegos donde las distintas habilidades de sus jóvenes se ponían de manifiesto. Las carreras y demostraciones de fuerza fueron notables, también la capacidad de aguantar sin respirar bajo el agua; pero lo más importante eran los relatos del recuerdo de las costumbres, cantados, dulcemente, alrededor de las ascuas de los maderos ardientes, en el centro del campamento.

Los exploradores, tres chicas y dos chicos, conocieron a los jóvenes del clan y los jóvenes del clan conocieron a los exploradores que venían de lejos. Se acordaron matrimonios y se celebraron nupcias, y dos parejas se quedaron con ellos y tres parejas emprendieron el camino de vuelta con el clan antes ajeno.

Los cánticos de celebración pudieron con las lágrimas de la separación y el anciano supremo dió su bendición y explicó a los más pequeños, que habían perdido una hermana y dos hermanos, que la vida era así, dura, agridulce, pero que una pizca de sal aumentaría, bajo los auspicios del sol de la mañana, la grandeza de su pueblo. 

Ganaron pués la alegría de dos integrantes nuevos, un nuevo hermano y una nueva hermana, de cabellos del color del cobre y ojos marrones una y negros el otro, y aunque pareciese que las cuentas no salieron, pronto, en el transcurso de apenas un año, fueron a venir al mundo dos nuevos retoños.

Las tiendas de las futuras madres estaban preparadas, una frente a la otra, cerca de la tienda del anciano supremo, era raro que los dos embarazos fueran tan parejos; las futuras madres habían sido atendidas en estas mismas tiendas durante las ultimas dos semanas, alimentadas por el resto, para evitarles esfuerzos. Era estación de lluvias y esta estaba siendo especialmente templada; en el día, una suave brisa les había acompañado y en la noche las reservas de leña no estaban excaseando.
Mientras el anciano supremo cantaba, dulcemente, los relatos del recuerdo de las costumbres, al calor del fuego, para deleite de los más pequeños y en presencia de casi todo el clan inviu, un grito de alegría vino a quebrar la noche y de la tienda de la primera madre vino una de las dos ancianas que tenían su atención, para reclamar ayuda en aquella noche del nuevo alumbramiento; todas las jovenes mujeres se dispusieron gozosas para prodigar cuidados, y fue entonces, cuando, de la otra tienda, un segundo grito se unió al primero bajo aquella enorme luna llena.

Dos pequeños vinieron bajo aquellos signos, un niño y una niña; la niña de ojos negros, de piel tostada; de piel tostada y ojos negros el niño; ambos bien proporcionados y rollizos; pero el niño tenía una extraña marca, una marca desde el nacimiento del cabello hasta el puente de la nariz, piel blanca como la leche en forma de estrella alargada de cuatro puntas.

El anciano supremo los observó y con una amplia sonrisa les dio su bendición y su nombre, Gunnia él, Honna ella; se organizaron festines durante toda la semana siguiente, se prepararon camas de pétalos de flores y se bailó y se tocó música. Todo era alegría.

Un día siguió al otro, una luna llena pasó y todos los invius regresaron a sus labores. A las lunas les siguieron dos años, y a los dos años tres. Las familias les inculcaron el respeto a los mayores y a las canciones del anciano supremo, el anciano supremo les cantó las canciones primeras, las de la obediencia, las de los peligros, las del descanso e inició las del pensamiento. Encontraron otros clanes y los que ayer oyeron hoy bailaron. Llegó el tiempo de entrenarles y se les designaron tutores, los considerados mejores para cada tarea. Los llegados después de ellos aún no estaban preparados.

Fue el tutor de pesca el que vio las primeras diferencias del pequeño marcado, tratando de enseñarles a ambos el arte del nado. Les mostró primero como era el suyo, después, en el agua, sujetándoles por el vientre les conminó a imitarle y fue corrigiéndoles; el final del entrenamiento consistía en dejarles practicar libremente, sujetos a una roca saliente, en un lugar dónde el agua no les alcanzaba el cuello.

-Quiero que practiquéis hasta el mediodía.-Les dijo.-No quiero que practiquéis menos porque no aprenderíais, no quiero que practiquéis más porque os cansaríais.

La pequeña Honna practicó y practicó, disfrutaba con cada movimiento de sus piernas, aún sujeta a las rocas; cerca del mediodía había logrado flotar en varios instantes.

-Gunnia- Dijo ella- Deberíamos irnos ya, el tutor nos dijo que descansáramos y la comida debe estar esperándonos.

-Ve tu, yo quiero seguir entrenando.

Honna se quedó asombrada, pués tenía en la mente los relatos del recuerdo de las costumbres y sabía que la obediencia era una virtud sagrada en el corazón de su pueblo; pero no quiso insistir, tan sólo salió del agua y espero un poco; siguió esperando otro poco, viendo cómo Gunnia agitaba sus piernas sin descanso; tenía hambre, pero no quería dejarle solo.

El mediodía estaba bastante pasado cuando el tutor se acercó a verlos.

-Honna ¿Donde está Gunnia?
-Está aquí, aún en el agua.
-Gunnia. Te dije que no practicases más allá del mediodía, la comida está esperándote.
-Quiero seguir practicando tutor. La comida puede esperar.
-Está bien-dijo el adulto- Honna, vete con los demás, están esperándote para comer. Yo me quedaré aquí con Gunnia.- Y Honna se fué al calor de la hoguera.

Cuando llegó le sirvieron pescado asado y verduras, les pidió perdón a los demás por haber tardado, les contó que Gunnia no había acatado las normas del tutor,  que no quiso dejarle solo y por eso se había quedado. Su madre asintió y sonrió, pudo ver una mirada de verguenza en la cara de la madre de Gunnia y se arrepintió de no haber adornado un poco la realidad, el anciano supremo, al verla, le mostró su gozo, se acercó a ella y le preguntó:

-¿Te sentiste bien siguiendo las órdenes del tutor?

-Si anciano, me parecieron justas y proporcionadas

-Tú no eres igual que Gunnia, Gunnia no escucha con los mismos oídos los relatos del recuerdo de las costumbres. Me siento orgulloso de tí, ahora mírame a los ojos y dime si crees lo que te digo.

-Si anciano, veo que de verdad siente orgullo por mi.

-Bien pequeña.- Y acariciándole la cabeza la dejó comer a su lado.

La tarde iba avanzando y el anciano mandó a Honna y algunos jóvenes a coger frutas y bayas. Cuando Honna volvió Gunnia seguía allá lejos, con el tutor, en el agua.

-Honna.-Ordenó el anciano- Excoge tu misma las mejores frutas y las mejores bayas, déjalas a la sombra en la tienda y vuelve al verde con los otros, coge las leñas que te parezcan más olorosas, no traigas muchas, solamente las mejores.- Y Honna obedeció.

Honna estuvo recogiendo leña, yendo y viniendo una y otra vez con pequeños atillos del tamaño de su cuerpo, cuando el anciano vio que era suficiente le mandó parar y le dejó jugar. Gunnia aún no había regresado.

Faltaba poco para el atardecer cuando el anciano supremo vio la figura del tutor y la de Gunnia acercarse.- ¡Honna! Trae la mejor fruta y las mejores bayas, acerca la leña que has escogido y ayuda a preparar la comida de Gunnia.

Gunnia fué agasajado con pescado asado y verduras igual que Honna, pero además de ser mayor la cantidad, pués no había comido, el anciano le indicó con la mirada que ella le ofreciese los frutos de la tarde.

Aquella era una experiencia dificil de olvidar, Gunnia recibió más agasajos materiales que ella, pero los ancianos y el tutor se mostraban distantes con él y su madre miraba al suelo con las mejillas enrojecidas. Solamente el anciano supremo mostraba algo de condescendencia con Gunnia que parecía contento de  haber recibido aquella fruta y de disfrutar del aroma de la madera quemada.

-Tienes mi respeto Gunnia. -Declaró el anciano supremo- Honna, muestrale tu también el tuyo.

Y Honna le mostró su respeto, el respeto que tenía por el anciano supremo y la confianza en la sabiduría de su mirada.

Aquella noche Honna pensó y pensó, pensó que el calor de sus gentes era más importante que la fruta que ella había recogido, pensó que donde había encontrado aquella fruta habría más y que Gunnia no había recibido tanto como ella. Se sintió satisfecha consigo misma y consideró que Gunnia no había obrado sabiamente, pero también recordó al anciano: "Tienes mi respeto Gunnia. Honna, muestrale tu también el tuyo." Y Honna decidió respetar a ambos, al anciano supremo y a Gunnia, porque el anciano así se lo había pedido.

El día siguiente era día de pesca y todos los invius se acercaron a la orilla, incluidos los que aún eran bebés y los que contaban con dos o tres años. Sacarían sus barquichuelas al mar, todo lo que pudiesen adentrarse sin correr peligro y hecharían sus redes al agua. Los de menor edad, incluidos Honna y Gunnia se quedarían en la orilla, alimentando con maíz cocido a los espíritus de la pesca. Solamente quedarían fuera del agua cinco adultos, dos con ellos, y el anciano supremo y dos mujeres en el campamento, una de ellas, Vina, con embarazo avanzado y la otra, Jiku, atendiendo sus necesidades.

En la orilla, los pequeños lanzaban puñados y puñados de maíz mientras los dos adultos cantaban las canciones del mar. Entre las canciones del mar estaban las canciones del peligro del mar y una de ellas hablaba del peligro de andar por orillas que no conociesen; decían los relatos del recuerdo que a veces uno caminaba sin que el agua llegase más allá de las rodillas y sin embargo, al dar un paso, el agua le cubría la cabeza; Honna conocía bien aquellas canciones, pero no pudo evitar lo que pasó.

La alegría era casi completa cuando del campamento escucharon un grito de gozo, los adultos se voltearon, también Honna y otros, y vieron a Jiku corriendo hacia la orilla, pidiendo ayuda, pués el destino quería que Vina diese a luz en aquel momento.

-¡Honna! ¡Gunnia! ¡Llevad a todos al campamento, seguidnos!- Ordenó uno de los adultos que estaban con ellos, que cogiendo a los bebes fueron a prisa hacia allí. Y Honna y Gunnia comenzaron a mandar a todos tras ellos.

Pero el destino también quiso que Tunni, al acercarse a través del agua, más pequeña que ellos, tropezase con una de aquellas hondonadas.

Honna vió como la cabeza de Tunni desaparecía bajo el mar, apenas tuvo tiempo de verla, junto a ella estaba Gunnia que también pudo verlo. La reacción de Gunnia fue casi inmediata, pero le dio tiempo a pensar que ella no sabía nadar; gritó, y gritando se dirigió al campamento, solamente se volteó una vez y fue para ver a Gunnia adentrarse a por Tunni. "No puede ser, él tampoco sabe nadar" Pero siguió corriendo y gritando.

Los adultos oyeron a Honna y uno de ellos volvió corriendo con ella a la orilla.

-¡Están ahí! ¡Los dos: Tunni y Gunnia!

Al ras del agua podía verse un brazo chapoteando, era de Gunnia, que luchába contra sí mismo para terminar de aprender la lección. Sorprendentemente consiguió hacer pie y, mientras se erguía, pudieron ver como sacaba a Tunni cogida del brazo. Gunnia consiguió sacarla pero apenas lo hizo se derrumbó aún en la orilla del mar.

El adulto llegó justo en ese momento, Honna miraba asombrada, sacó a ambos hasta la arena y consiguió que expulsasen el agua que habían tragado.

-¡Honna! ¡Ve al campamento y aviva el fuego, prepara mantas! ¡Corre!

Y Honna corriendo fue al campamento, hechó leña al fuego y sin parar de correr reunío mantas cerca del mismo. El anciano supremo observaba sentado en la puerta de su tienda.

Tunni y Gunnia agradecierón las mantas y el calor del fuego, el adulto terminó de reunir a los más pequeños, aún tenían la sal en la boca cuando Jiku llevó al recién nacido a los brazos del anciano; Honna pudo ver con júbilo la cara del nuevo inviu y, mientras lo miraba, vió también la mirada de orgullo que le dirigía el anciano supremo.

-Hoy tenemos un héroe.-dijo- Cuando vuelvan los demás Gunnia tendrá celebraciones. Mientras descansará en mi tienda. ¡Honna! Debes ir a por flores y cuando termines deberás preparar pescado, Jiku te enseñará. - Y Honna obedeció radiante. Ahora entendía con el corazón el respeto del anciano.

El tiempo volvió a pasar, como pasa la arena entre los dedos de las manos, y las muestras del valor de Gunnia fueron grandes y numerosas, Honna seguía aprendiendo y obedeciendo y el respeto hacia Gunnia se convirtió en admiración. Los exploradores salieron y volvieron con nupcias; hermanos se fueron y hermanos les fueron regalados. Un día se encontraron con todo otro clan inviú y las fiestas fueron grandes, realizaron pruebas de nado y pesca y se contaron secretos en la lumbre, bailaron y cantaron; solamente Gunnia no participó, no quiso; lo que prefirió fue salir de caza. Aquella vez el anciano se mostró decepcionado, pero mantuvo su respeto.

Honna se casó, tuvo dos niños y Gunnia seguía cazando. "Este Gunnia no quiere casarse" pensaba "solo quiere aventurarse y jugarse la vida" "Lo que hace es bueno, pero no le envidio". Y la luna creció y menguó y volvió a crecer. Y una estación vino seca, vino seca la siguiente; no había verdura, no había fruta, no había caza. El hambre llegaba al pueblo inviu, y el pueblo inviu cambió el campamento.

Al calor de las hogueras el pueblo inviu decidió seguir pescando, pero los pescados no eran los pescados de las canciones del recuerdo de las costumbres, nadie había cantado canciones de alimento con pescados de aquellos colores. Los invius estaban desolados.

Después de mucho hablar, los ancianos miraron a Gunnia. -Los demás jóvenes tienen hijos Gunnia- Dijeron- Tú siempre has mostrado valor Gunnia. Si se nos ocurriese otra cosa no te lo pediríamos, por favor, trata de inventar tú una nueva canción, prueba el pescado.

Gunnia miró la pesca, había allí cuatro tipos diferentes de pescado y ninguno era cantado; pero Gunnia estaba dispuesto a probarlo y cogió el que tenía más a mano.

-¡No Gunnia! Ese no- Gritó Honna.- Si has de probar esos pescados prueba primero con este, se parece más a las canciones que yo conozco.

Y Gunnia hizo que le asaran el pescado, y lo probó. Era sabroso y quería probar más.

-Gunnia, cuando se inventa una canción, hay que hacerlo despacio, probar poco a poco, dormir y después seguir probando.- Dijo Honna.

Así Gunnia no siguió comiendo aquél día, se fué a dormir y a la mañana siguiente amaneció con una sonrisa.

-Es un buen pescado. No me ha hecho daño.

Y todos los invius saciaron su hambre.

Pero Gunnia no estaba satisfecho, quiso probar el que había cogido primero. El anciano supremo se opuso; pero Gunnia estaba decidido, aprovechó un momento que nadie vigilaba y asó su propio pescado; era rojo y amarillo y quería hacer una bonita canción con él; pero el pescado se volvió en su contra y Gunnia enfermó.

Todo el pueblo inviú lloraba la enfermedad de Gunnia, le llevaban mantas y le daban friegas, pero el temblaba y sudaba y decía que tenía frío. Llamaba a Honna.

Honna llorando se acercó a su cama, el anciano supremo estaba allí.

-Gunnia, tienes que ponerte bien, eres el más importante del clan, sin tí mis hijos no tendrían comida hoy.

-¿Yo el más importante? ¿Te acuerdas Honna de cuando aprendíamos a nadar?

-Me acuerdo Gunnia. Aprendiste en dos días.

-Eso fue en parte suerte Honna, pero la otra parte fue que tú me aventajabas el primer día, te vi flotar, me diste envidia y quise conseguirlo yo también; el tutor quiso advertirme, pero yo fui terco, quería ser como tú; apenas pensé haberlo logrado cuando volví al campamento, yo había estado entrenando nado y tú ya recogías leña y fruta, habías sido obediente y por eso eras superior a mi. Traté de aprender la lección, al día siguiente sucedió aquél accidente, te diste cuenta antes que yo, yo sabía que ibas a pedir ayuda por eso me atreví a meterme a por Tunni, sabía que se podía confiar en tí...
Cuando iba de caza trataba de aportar algo, sabía en mi interior que no podía aportar lo mismo que aportabas tú. Cuando llegó el momento de casarse mi corazón sabía que ese no era mi destino... Ahora estoy enfermo, ya ves, por no obedecerte, tú sabías que pescado coger, porque tu entiendes las canciones, pero yo he querido hacer algo tan importante como lo que tu haces... y no puedo, no he podido inventar una canción nueva...

-¡Bueno!¡Ya basta!- Exclamó el anciano supremo- Hoy no te vas a morir, que Honna sea más importante que tú no quiere decir que tú no seas importante, tienes mi respeto, mi admiración y mi cariño, siempre lo has tenido y no vas a dejar de tenerlo. Estás dejando de temblar y sudar, hoy no te vas a morir, pasarás tres o cuatro días con el estómago revuelto, eso es todo. Después te haremos una fiesta, te cubriremos de flores y algún día dejarás de pensar tonterías, obedecerás las canciones, dejarás de poner tu vida en peligro y tendrás un par de niños. O eso o te dará por hacer el pino puente montado en una tabla de abedul en mitad del océano. Ojalá sea lo primero, porque me tienes en vilo y ya no tengo edad para eso. A ver si empiezas a comportarte de una vez.

Honna se quedó estupefacta, para ella Gunnia siempre había sido un ser excepcional, nunca había visto su propia vida desde esa perspectiva; salió de la tienda y el anciano supremo detrás de ella.

-Que venga Tunni, que cuide de Gunnia, que no le falte de nada.-Dijo el anciano- Ya ves querida Honna, lo más seguro es que algún día seas anciana suprema.

Reto lobo


Unos dicen que la culpa la tuvo mi abuela Gloria; que en lugar de reunirse con la familia en las fechas señaladas, en la casa que nos es propia, en lo alto de la colina, alejada del pueblo; se quedaba en el villorrio argumentando que le gustaba verle la cara a la gente; otros en cambio achacan las consecuencias al bisabuelo Pablo, que le consentía las escapadas vanagloriándose de que Gloria tenía un instinto más desarrollado que los demás, que era genuinamente lo que tenía que ser y que la población de allá abajo tenía que saber amedrentarse ante su presencia. El caso es que no ocurrió nada... en la primera generación; mi madre era la pequeña, por eso la obligaron a casarse con Benito, que era de la familia pobre del otro lado del lago, una panda de salvajes que no tenían trato con humanos más que cada diez o veinte años, cuando la sequía atormentaba las poblaciones más lejanas. La familia de Benito estaba acostumbrada a las más extravagantes peculiaridades. Y no pasaba nada en la segunda generación, hasta que llegué yo, el último... Ahora cada vez que subimos a la colina, para nuestras fechas señaladas, se divierten tirándome palitos; cosas de la hibridación, aunque me sigue fascinando la luna no puedo resisitirme.

como Dios



Un océano casi paralizado, amarillo y crujiente se extiende al frente, una suerte de replicadas superficies de oro y ocre esperando el milagro de un pequeño toque; al fin, yo, creadora, decido obrar la suerte, será cómo incrementar el ritmo de las mareas, cómo acelerar de todo el mundo las olas. ¿Quién sabe que espíritus o que seres se verán afectados por mi juego demente? Mi bota dispuesta da el primer golpe y el excitante sonido se apodera de mi mente, le sigue un segundo de la compañera opuesta, un soplo de viento agita las hojas en la arboleda.

Niebla

Hoy hace un mundo de niebla, pero no es una niebla acostumbrada, es una niebla absurdamente contaminada, una humedad con aroma en boca a humo de incendio, una niebla que tiene el resabio del mal incienso.
Hoy hace un mundo sin pasado, sin futuro, con un presente humedamente acotado. Si este es el vapor de agua prefiero seguir fumando.

Rodrigo




Al través de los cristales de la habitación de Rodrigo se filtraban las agudos sonidos de las sirenas de las ambulancias; al través de las paredes los disparos de un videojuego que hacía tres meses tenía acorralados a los vecinos y, por el techo, un sillón vibrador amenazaba por dejar sin celulitis a todo el bloque.

Navegando sobre el mar de percepciones auditivas, Rodrigo, se embebía en la lectura apasionante de su nueva y deslumbrante adquisición, ese universo límpido y estructurado que componía el libro de programación dispuesto a hablar con él de tu a tu.

La carrera de Rodrigo era un sueño, lleno de mil promesas, ya bastante cuajada a sus trece años.

Por la informática, más exactamente los lenguajes de programación, las especificaciones hardware y la normativa, pasada y vigente, de multitud de ramas relacionadas, le habían dispensado de seguir con la extenuante aberración del sistema educativo vigente; Su padre había conseguido un permiso de trabajo especial para él y en el laboratorio donde desarrollaba sus funciones casi nadie podía prescindir de su rapidez para dar respuesta a las preguntas del día a día: era más rápido y preciso que internet, ya que las respuestas de la misma eran a menudo demasiado genéricas para el tipo de labor; Con Rodrigo se ahorraban horas de ardua e intensa búsqueda.

Él era feliz, sumamente feliz, pues le obsequiaban con montones y montones de pequeños universos ordenados y limpios. O casi.

El sonido de la batidora se agolpaba junto a los otros, en los pequeños tímpanos de Rodrigo, llegaba desde la cocina... Era insoportable. De pronto el Maelström de ondas acústicas amenazó la integridad de la lectura entre sus manos, del propio libro, de su alma, de su cuerpo. Rodrigo comenzó a sollozar primero, tantas veces le había pasado antes, después intentó gritar desde la vertiginosa cresta del océano encrespado y en el borde de la locura.... Asperger hizo su presencia.



Rodrigo habría tenido serias dificultades para comprender el texto anterior, por no decir que sería prácticamente imposible.



Quisiera hacer un experimento, trataré de meterme en la cabeza de Rodrigo, pero no soy Rodrigo, solamente sé que no comprende los dobles sentidos, las metáforas. Yo me lo imagino así:



El sonido de las sirenas de las ambulancias llega del parque, las ambulancias llevan gente muerta. El sonido de los videojuegos llega de los vecinos de al lado, se divierten apretando botones, no me gusta tocar botones, el sonido del sillón vibrador llega de arriba, la saliva tiembla cuando te sientas encima, no me gustan los sillones vibradores.

Tengo un libro nuevo, dice cosas nuevas, es más fácil leer un libro que tratar con gente a la que le gusta que le tiemble la saliva, no entiendo a la gente cuando aprieta botones. El libro es bonito, tiene palabras que no conozco, me gusta aprender, aprender es bueno.



En el colegio solo hacía tonterías, los niños se sentaban en los columpios e iban adelante y atrás, una y otra vez, eso marea, los profesores querían que estuviese sentado, incluso cuando me dolían las piernas, es más fácil levantarse cuando te duelen las piernas. Los profesores me decían que cuando veo una cara sonriente es bueno, cuando veo una cara con los labios fruncidos hacia abajo es malo, yo no lo entiendo, pudo poner los labios hacia arriba o hacia abajo, pero no lo entiendo.



En el laboratorio la gente sonríe cuando hago lo que me gusta, me dicen que yo soy bueno, y me regalan libros que me gustan, con nuevas palabras.



Ahora puedo ser bueno, voy a leer el libro...



Sirenas, videojuegos, sillón... Batidora. No puedo leer el libro.



La madre de Rodrigo para de inmediato la batidora, pero es difícil, el resto de los sonidos siguen llegando, las ambulancias pasan, da un toque en la pared de al lado... queda el sillón, pero Rodrigo parece poder salir del Maelström, parece llegar a flote después de la pesadilla, aconsejo leer el relato de Poe para quien no tenga la referencia, Rodrigo se calma al fin y comienza a leer de nuevo.



Parece extraño, fácil que se le vaya de las manos, y sin embargo, en el momento en el que retoma la lectura, creo, sinceramente, que todas las metáforas se quedan cortas ante sus ojos.

La manzana del recuerdo



-Abuela, me han contado una historia hoy en el colegio
-¿Qué historia es esa pequeña?
-La historia de Eva y la manzana ¿Es verdad?
-Pequeña ¿tan importante es que sea o no verdad? Tú mira tu corazón, Dios te habla allí dentro.
-Me voy con mamá al parque, adiós abuela.
"Ay pequeña... Si tu supieras. Mi primer beso fue a los tres años, Carlos acababa de comerse una guindilla, así supe que no todos los besos son dulces. La primera vez que me levantaron la falda hasta la pantorrilla tenía ocho, le solté una bofetada a Gregorio porque me dijo que Lorena tenía las piernas más bonitas. A los once le hacía carantoñas a Felipe, pero se fue con Lorena. A los doce quise saber como tenía las piernas Lorena, pero no me gustó. A los catorce me hice novia de Felipe... Creo que esta tarde voy a hacer compota de manzanas, así tendremos que desayunar para mañana.

Traspasado



- Hola. ¿Estás bien?
-Y si... Estaba navegando, recuerdo que estaba navegando
-Creo que ha sido culpa mia
-Pero esto es... ¿El final de un huerto de girasoles?
-Si, puse tu cuadro aquí, llevo semanas viniendo aquí para estar sola, pero últimamente soñaba con habitar tu lago y claro... tu estabas ahí.

Atravesado



El lugar de donde vengo casi nadie lo conoce, pocos hemos logrado sobrevivir y la mayoría de los que lo han hecho no lo han conseguido hacer sin pagar un precio. El infierno o el purgatorio están hechos para los muertos, los que se embarcaron con ese temido destino o se quedaron allí o perdieron la cordura. Aún así lucho, día tras día, con mi consciencia, convenciéndome de que, después de aquello, estoy efectivamente de regreso. El porqué acabamos allí, tan lejos de todos, es algo que habría que contar de manera individual, personalmente no puedo embarcarme en tal tarea sin aumentar el sufrimiento; quizás fuese el destino, me conformaré con eso. El alma humana, en el submundo, es testigo y objeto de mil delirantes torturas, la obscuridad comienza por vestirla, para empaparla después y añadirla a su propia y particular densidad viscosa. Pero algunas veces... algunas veces es posible escapar de ella; impermeabilizarse el alma, hacer una balsa con los sentimientos reales e imaginados y esperar a que la burbuja así formada le devuelva a la orilla. El camino de vuelta, es largo, triste y sombrío. Cuando uno se relaja y asoma en su esperanza, si aún se halla en aquellos territorios, sufrirá la furia de lo tenebroso en un torbellino que anegará lo poco que quede de su ser. Hay pues que esperar y esperar y seguir esperando, nadie sabe hasta cuando. Lo que si que sé es que, una vez pasada la frontera, al contacto con la realidad, todos esos sueños, todos esos sentimientos, impregnados, solidificados en la lucha... al tocar tierra, se quiebran. Toca mirar al frente entonces, ver otro sol, tocar otra música, vestir otras ropas. Saber lo que pasó está tan lejos de la mirada que sería como intentar atrapar, con las manos, las tierras del otro lado del océano desde la orilla contraria. Rezo para que esta orilla sea también la correcta.

lavandería



Siempre me he preguntado cual será la vida de las personas que transitan las lavanderías madrileñas. Algunas veces es obvio que son personas ocasionales que van con sus edredones y mantas, que no cogen en una lavadora normal de las que uno tiene en las casas. Otras me imagino lavadoras estropeadas, pisos compartidos con tantas personas que sin secadora a mano las cuerdas protocolarias amenazan con derrumbar las paredes con sus enganches. Pero de vez en cuando... Imagino ropa ...recogida de la basura, antes de pasar por el hogar. Manchas difíciles de sacar, desde el pintor al carnicero.
La historia de Sara es una historia peculiar. Sara es una veinteañera con tres niños, por la mañana se levanta a las seis, para prepararse ella y limpiar lo más gordo de la casa; después levanta su progenie y tras lavarlos, peinarlos, darles el desayuno, comprobar sus carteras, sortea tres o cuatro berrinches de los dos pequeños, aconseja al mayor, despierta al holgazan de su novio, que no quiere saber siquiera de su verdadero vastago, el menor de los tres y los dirige al colegio. Cuando los deja en la puerta siempre le asoma una lágrima, recuerda sus días de escuela, cuando el bulling aun no tenía nombre. Se sacude, coge el coche y se va a limpiar una casa, un portal, hace la comida y la plancha a una anciana, regresa y hace la comida propia de su familia. Se vá a por los niños, este año no le han dado comedor, habla con alguna otra madre, tratando de saber porqué el mediano está siempre triste, con alguna profesora tambien, porque el mayor no saca buenas notas. Regresa a casa, los sienta a la mesa y esperan al holgazan, que viene de buscar trabajo en el bar de la esquina. Hoy viene acompañado: "Este es Paco, su mujer está en el hospital, le he invitado a comer". Y regresa a los niños al colegio y hace otro portal y sale corriendo a por los pequeños de nuevo para volver a casa. Allí deja al holgazan al cargo de que hagan los deberes, sabe perfectamente que encenderán la televisión y jugarán un rato a indios y vaquero, pero no importa, hoy es viernes y los viernes ella se va a la lavandería y descansa: Son dos lavadoras, dos secadoras, las pone seguidas, una detrás de la otras, son sus dos horas de descanso semanal. Y allí sus ojos van viendo la vida pasar en sus giros, sin descanso, cada vez más rápido, o al menos eso le parece a ella y luego cada vez más lento. Cuando vuelva a casa sabe que tendrá que sentarlos a todos a hacer de verdad los deberes, al holgazán sentarle frente a las páginas de empleo de internet, los duchará a todos, hará la cena...

Silenciosos



Hace tiempo que le veo por el barrio. Todo empezó hace un par de años cuando me mudé: le encontré e...n la biblioteca, yo había ido por primera vez, huyendo de mi particular y solitaria jaula, sobre todo porque entre las rejas se filtraban musicas de metalyca y no se podía leer allí; allé estaba, un hombre corriente, ni fornido ni imponente, ni se le podía llamar guapo ni se le podía adjudicar un harén, pero era dulce y sólido en su abstracción. Me dejó intrigada, me pregunté que clase de persona sería. Al día siguiente volví a la misma biblioteca, unicamente para comprobar que allí no se podía leer, pues los chavales del barrio, aprovechando la poca seriedad del personal, se dedicaban a juguetear con móviles y a comer palomitas; antes de irme miré a mi alrededor, él no estaba. ¡Intenté quedarme en casa! pero después de una aterradora semana de Ramnsteim salí aterrorizada en busca de una cafetería donde poder descansar mi alma sobre un pedacito de la historia interminable. Entre en una, la primera, y comencé a leer; cuando vino la camarera levanté la vista he hice mi pedido, justo en la mesa de enfrente estaba él, al poco rato se levantó y se fué, unos ancianos estaban jugando al dominó, ya sé que parece extraño, pero es cierto, jugaban al dominó. Al día siguiente volví, los ancianos seguían allí, era imposible leer. Traté de poner algo de música en mi casa, creo que puse algo de Vangelis, pero contratacaron con extremo duro. Renuncié, salí a pasear y me fuí directa al parque. Allí volví a encontrarle, otra vez con su librito. Me puse a leer, cada vez más intrigada por el destino del personaje... de dos personajes en realidad. Llevaba unas diez páginas leidas cuando vi que el de la realidad se levantaba de su banco y se iba, dos perros se peleaban, levanté la vista y observé que todo el parque estaba en realidad lleno de caca de perro, no dice mucho a favor de los vecinos la verdad. Y fueron pasando así los meses, las músicas, los libros... una vez dejé de verle, en realidad poco me extraña, me iba a casa de una amiga, que tambien lee mucho y nos poníamos el ventilador para conseguir ruido blanco que amortiguase los ruidos de la vida cotidiana. Hasta hace cuatro meses, entonces le volví a encontrar, iba yo a comprar al mercado cuando me fijé en una lavandería, allí leyendo... No me decidí enseguida, tardé como cosa de un mes, estaba con los límites del conocimiento humano de Bertrand Russell y no lo pillaba, de vez en cuando en casa de mi amiga se escuchaba una canica del piso de arriba; total que me mudé a la lavandería. Me fijé que él nunca lleva ropa que lavar, no importa, yo tampoco, ni mi amiga, ni su cuñada, ni el vecino del quinto... Somos silenciosos, no queremos romper la magia.

El mar



Aún recuerdo cuando a los ocho años nos invitaron por vez primera a ver el mar. Recuerdo las horas de automóvil, la pesadez del aire en el reducido espacio, el amontonamiento de las maletas, a mi lado, en el asiento, la sed, las ganas de ir a orinar, las paradas en las gasolineras. Recuerdo la riña entre mis padres y la escéptica angustia que lo envolvía todo. Y cuando no podía más, cuando mis gritos comenzaban a irritar mi garganta que se empeñaba en no dejarlos salir... El mar. El coche abandonado a su suerte y... El mar. Ese azul omnipresente frente a mi mirada, no sentir más que la vista de su espuma y el arrullo de su oleaje. Descalzarme y, acercándome con respeto, sentir como la sal que bajo mis pies se escapaba, haciéndome cosquillas, se agarraba a mi piel y me cerraba los párpados. Recuerdo haber pasado la eternidad mientras me hundía en la línea de la playa, atesorando los tenues embates de una brisa blanca que me traspasaba; un segundo de más y todo, y yo, sería el mar.
Tres años después volvimos a regresar a ese destino que, dicen, es universal. Esta vez con dos nuevos visitantes que no habían tenido la oportunidad de verlo nunca antes, mi bisabuela y mi hermano de tres años de edad. De nuevo el coche, las maletas, más aún, las paradas, las gasolineras. Mi angustia era ahora expectativa y, aunque el ambiente era igualmente sofocante, se hacía mucho más llevadero. Cuando mi bisabuela lo vio, cerró los ojos, volteó su cuerpo y nunca más quiso volver a tenerlo enfrente. Mi hermano corriendo quiso agarrar su primera ola, sin descalzarse siquiera, pero aquella se escapó de sus manitas, y en un alarde de azul traicionero mareó sus pocas experiencias dando de bruces contra la arena.
Los veranos de los años de pubertad vinieron bañados en sensuales vaivenes, que obnubilaban mis sentidos, con criaturas tales como los erizos y estrellas de mar, pulpos, algas y medusas. Universos de finas costras blancas en los recovecos de las carcomidas piedras.
Si me preguntan, no existe la existencia allá en el mar, tan solamente existe el vaivén dulce de sus aguas en calma, o el vaivén áspero de las algas contra las piernas, cuando se hace más agitado y amenaza con dejar de susurrar, cuando exclama, exclama con algo que excede toda fuerza vital y entonces si que no existe nada más que su sal.
Uno puede elegir no verlo, cerrar los ojos y escucharlo allá lo más lejos que quiera. Uno no puede elegir poseerlo, sus juegos exceden nuestros pequeños egos. Uno puede dejarse asomar por allí, hacerse el encontradizo y, mientras lo adora, dejar que le lama a uno las heridas y rezar para que lo deje, algún día, al mundo normal regresar.
Hace mucho que no veo el mar.

Postales de la mujer peluda



En una lejana ciudad, en un presente imaginario, se dieron cuenta unos extraños sucesos. Sucedió un día que en las bibliotecas del extrarradio dejaron de acoger donaciones, excepto las de literatura (gracias al cielo). Estas bibliotecas contaban con maquinitas de café, con internet gratuito, con secciones de integración, con grupos de busqueda de empleo... Y con una linda espada de Damocles sobre sus edificios, una que trataba de cobrar por el hecho de llevarse los libros prestados a casa. Con lo que no contaban era con muchos ejemplares de libros destinados al acceso a la universidad, en concreto de matemáticas( y es que todo cambia, incluida la gramática), por lo que o uno se quedaba allí o se lo llevaba a casa para que nadie más pudiese disfrutarlos. Dispuesta a todo, la mujer peluda se recorrió los grandes centros comerciales, y se dió una vuelta por las grandes tiendas especializadas del centro de la urbe. Supuso todo un paseo, por lo que perdió tres o cuatro cabellos por el camino, uno se llamaba Jorgito, otro Toribio y el más querido de todos Pacorro, el cuarto no estaba segura de haberlo perdido en aquella espantosa salida, Andres siempre fué un bala perdida. Lo raro no fué el encontrarse con la mayoría de los libros empaquetados y codificados especialmente para los alumnos de forma tan ecleptica. Vamos, que no se sabía que libros existián, suponemos que al desempaquetarlos los padres sabrán los que les ha tocado, pero resultaría imposible saber los que les tocan a los alumnos del colegio de al lado. Lo raro fué toparse con que el único ejemplar de matemáticas generales o para preparación de acceso a la universidad era el que ya poseía. Una lata, pués de siempre le gustó la diversidad. Me ha promtido, la mujer peluda, que seguirá investigando por si en otros barrios encuentra panoramas diferentes.

Niño

Que triste ser niño, que triste ser niño... condenado a lucha, solucionandose sus propios problemas. Condenado, condenado a vivir el presente, sin pasado, sin futuro, sin pensar. La consciencia atrapada en la sensualidad agreste de una paz efímera de espejos alterados. Que triste ser hombre, haber crecido con el destino salvaje del orgullo efímero y traicionero de un antiguo flagelo.

Reto caja



Criba, tras criba, mudanza tras mudanza, fuí arrinconando mi alma en el interior de una sola caja; así tuve que abandonar las lágrimas, el dolor, que tengo unido al amor, apenas deja hueco para la documentación escrita.

Caminante



-¿Y a qué te dedicas?
-Soy caminante profesional, todos los días camino cuatro o cinco horas por la ciudad.
-Te mantendrás en buena forma.
-Si, lo malo es el transmisor con GPS que me han colocado en la nuca para comprobar el kilometraje. Los primeros dos kilometros no cuentan, a partir de ahí a cinco euros los mil metros.
-Desde que pusieron el suelo electro productor hay muchos como tu.
-Es otra forma de ganarse el pan, ahora que la comida se genera mecanicamente, la medicina por inteligencia artificial., los servicios por androides.. De algo hay que vivir.

Espíritu



Algunas veces un espíritu grande,poderoso y vibrante lanza las ondas del verbo contra las arenas de la infinidad, son esas las olas en que hoy navego, y, desde la cúspide del poder que me alza, intento atisbar, por encima del mar, un buen puerto.

Soledad



Y es cuando la soledad se masca y la lluvia te envuelve en sus sábanas; cuando la luna se vuelve sombra y te llegan las notas de nostalgia; cuando desesperadas se te abren las puertas del alma; entonces es cuando se desprende jazz de la mirada
las musas bailan versos en el balancin del grafeno

Letras



Cuando las letras se desnudan y tiran sus abrigos negros al destino, cuando sus ropajes enlutados desaparecen y dejan paso a la transparente realidad, entonces las hojas blancas del porvenir toman sentido si acaso. Seguirán existiendo sus cuerpos de verbo tras las pupilas, allá tan adentro.

Luna

No tengo dinero ni tiempo, no tengo espera en la penumbra, no tengo horario de citas, no tengo besos en la laguna. No tengo claveles ni orquídeas que colocar junto a tu foto en la mesilla, no tengo tu credo ni aliento, no tengo tu mano fresca en mi rodilla. Pero por favor respeteme la Luna.

UFO


-Atención nodriza, individuo 324 perdido, imposible recibir esquemas mentales viables.
-Oído nave 1024. No pierdan las esperanzas. Aguarden ordenes.
En la nave, tras el corte de transmisión:
-J* Tío, ya hablo tan mal como estos degenerados.
-¿Cuantos indivíduos nos quedan?
-Creo que tres o cuatro y ya, reventamos el planeta. Me tienen hasta los c*, perdón, hasta decir basta.
-Nada, que les mandamos unos cuantos retoños de los nuestros, para saber a que atenernos con ellos, para saber si sobreviven entre los suyos y...
-Se los cargan macho, y eso que los hemos camuflado bien.
-Con esa atmosfera deberíamos vivir unos trescientos años, estos no llevan ni cuarenta y la palman.
-Menos mal que no llegué a conocer a ninguno de los pequeños, 324, el que no acaba loco sin remisión se nos tira por los puentes.
-Dale gracias a que los esquemas mentales los recoge el ordenador. Si tenemos que hacer trabajo de campo acabamos igual en menos tiempo.
-Esto nos pasa por darle una oportunidad al género humano.

Cata 2079



Camilo era el somellier más famoso de la ciudad. Sus recomendaciones jamás fallaban, retenía en su memoria el sabor y olor de más de 2000 vinos, era capáz de identificarlos, sin ninguna duda, con sus añadas características. En estos años, en los que la ciencia había diseñado tantos sabores artificiales que un simple mosto, con los aditivos convenientes, tomaba sabores de refinamiento supremo, tales como la crianza en barrica de roble francés, cuando en realidad jamás había salido de la fermentación en hormigón antes de su embotellamiento; o cuando la manipulación genética conseguía con una sola variedad de uva imitar vinos con tres o cuatro variedades distintas en su composición, la maestría era uno de esos dones que las gentes adineradas, temerosas de las grandes falsificaciones, de sus consecuencias en la salud, tomaban muy en serio. No sin razón la extensión de la producción y consumo del vino era tal, en aquellos años, que rara era la casa europea que no consumiese un litro diario.

La fama de Camilo, en los hoteles, en los restaurantes le abrían las puertas a nuevos caldos constantemente, su sueldo era infamemente alto, por unas horas, por unos días. Su nombre respetado no tenía parangón, o casi. Había trabajado recomendando vinos, identificando falsificaciones en la frontera, había pisado las casas de las mayores fortunas de Europa cómo catador particular para eventos internacionales.

Solamente un joven, Gustavo Roca, de apenas 20 años, podía hacerle sombra, eran muchas las voces que le empezaban a ver como la gran promesa del siglo en su ramo, que le empezaban a mimar como prodigio e incluso que le proclamaban como algo más que una sombra, como la evolución ruptural, sin parangón, que dejaría solemnemente atrás a los viejos maestros. Camilo conocía su secreto, un secreto que a él le estaba vedado a su edad, ya que, de compartirlo, tendría que empezar desde cero el aprendizaje y el reconocimiento de todas aquellas uvas. Gustavo Roca, en su niñez, bajo la supervisora previsión de sus padres, había sido sometido a una intervención especial, una especie de rinoplastia maldita, una ampliación y extensión de las fosas nasales, una reestructuración de las vías nasofaríngeas, realizada por primera vez en un humano, basándose en cientos de miles de tomografías computerizadas, que garantizaban la perfección en las diferentes corrientes al espirar e inspirar, ninguna sustancia volátil escapaba a la percepción de los receptores olfatorios de aquella mucosa nasal reconstruida, mimada y exacerbadamente odiosa.

Solamente había una forma de frenar el ascenso de la promesa, al menos en aquella década.

Una vez cada diez años, a las mejores narices, se les daba a catar la supremacía del vino, un caldo millonario, del que apenas se distribuían cien botellas al año, completamente artesano, tradicional, ecológico, de uvas de pie franco, centenario y cuyo genóma era puramente natural. Un vino además delicioso cuyo precio estaba fuera del alcance de todos. Trás aquella prueba del caldo en concreto, se procedía al descanso, y tres días después se volvía a concertar entrevista con los afortunados concursantes, entre más de doscientas substancias, muy similares, debían encontrar la copa que contenía la susodicha esencia. Este era el año en que Gustavo Roca participaría por primera vez.

En el aeropuerto de la ciudad del concurso Gustavo Roca acababa de aterrizar, un infame grupo contratado por Camilo aguardaba su llegada. Empujones, maletas, brazos, cabezas... No era difícil en aquella masificación humana, tal vez en otros tiempos, cuando los aeropuertos estaban incluso infrautilizados, pero ya nadie se acordaba de aquellos años, tan solo algún anciano los mencionaba. No, en este año no era difícil. Un accidente, un empujón, una chispa de pistola eléctrica en el momento oportuno, tan a la vista y tan oculta de las cámaras de seguridad, tan inofensiva y tan efectivamente destructora del principio de una gran carrera.

Una hora después Gustavo Roca, con la mente aturdida aún por el chispazo de energía, acudía a la primera fase del concurso, a la cata inicial, una cata que jamás podría ser recordada por el joven, ya que se hallaba aún bajo los perniciosos efectos de la electricidad.

Camilo aseguraba su puesto por una década más

Reto espejo

Reto espejo
La madre golpeaba y golpeaba a la niña. La pequeña quería preguntar, hablar, adivinar. La madre no cesaba, tenía claro el objetivo, nada valían las "excusas". Con la zapatilla, en la cabeza, contra la pared, la niña interponiendo solo el hombro, no el brazo, por miedo a que recrudeciese el apaleamiento, acorralada contra un espejo. La madre, sonriendo, dió un ultimo golpe y la cabeza choco. Hubo un crujido cómo de algo roto, y allí, en el espejo, la niña, por fin, quedo convenientemente atrapada.

Puntos negros



Pilar era una chica recatada, muy honesta y trabajadora, aunque algo tímida. tenía 30 años, si, aún era una chica, pero apenas salía de casa, estaba cansada de que todo el mundo le tomase el pelo. Había quien se metía con su ropa, pero a ella le gustaba, así que bajaba la cabeza y para dentro intentaba decirse que ya tendría más suerte con otras personas, gente que mirase más por quien era ella y menos por su aspecto exterior.
Pero tampoco podía permitirse el lujo de ser quien quería ser, porque, seamos sinceros, tenía miedo; miedo de caer mal, de ser demasiado altiva...
Un día Lorena le invitó a su ático: iba a celebrar una merienda con sus amigas y quería que Pilar la acompañase. Pilar pensaba que aquel escote no era muy alagüeño, que seguramente tomarían alcohol, que tendría que vestirse un poco menos formal. Si tan solo alguien pudiese aceptarla tal cual era seguramente sería feliz. Pero aceptó la invitación.
Se vistió con una camisa divertida, cerrada, pero con dibujitos; unos pantalones cortos, muy cortos, apenas llegaban a sus rodillas; unos zapatos, nada de zapatillas ni de botas, no, unos zapatitos con cinco centímetros de tacón; y se presentó en el ático.
Cuando entró a la fiesta se relajó de inmediato, todas las chicas llevaban ropas parecidas a las suyas.
-Veo que has cambiado de look, te queda genial, ven, te presento a las demás.-Le dijo Lorena.
La tarde se hacía amena, las conversaciones eran ligeras, pero no subidas de tono. Por lo visto eran amigas de hacía mucho tiempo y tenían un equipo de baloncesto, aquel día habían ido a entrenar por la mañana.
El ambiente era muy agradable y nadie parecía tener dobleces, así que se atrevió a tomar un par de cervecitas. Y habría seguido estando genial si nada hubiese cambiado, pero comenzaron a hablar de secretos de belleza y poco a poco iban dandose consejos las unas a las otras. Pilar comenzó a acalorarse, sabía que aquello no era su fuerte. Quedó taciturna.
-Pilar ¿Tienes alergia a las tiritas para puntos negros?- Quiso indagar Lorena.
-Hemm... No. Digo no lo sé, nunca las he probado.
-¿No lo has probado nunca?
-No.
-Pués hoy vas a hacerlo.
Y se la llevaron a una esquina de la gran terraza, allí dónde mejor daba el sol. Le mojaron la nariz entre risas, le aplicaron una tirita pegajosa y la pusieron a secar sobre su cara mientras comentaban- Ya verás, va a ser increible lo que va a salir de tí. -Te quedarás limpia limpia- Tu tranquila que no duele- solo hay que esperar quince minutos-
Y Pilar esperó mientras las chicas seguían dandose trucos.
Todas andaban mirando su nariz, que si aún le faltaba un poco, que si era una sensación peculiar, hasta que decidieron que había llegado el momento.
-Corre Lucía, trae el espejo. Ya verás que bien quedas.
Pilar creyó que aquello dolería, pero no, apenas iba tirando, despacio despacio, debía ser así.
Cuando le mostráron la tira acartonada y completamente seca, cubierta de un abigarrado bosque de pelillos negros, aún estaba agarrandose a la silla.
-¿Que sientes? ¿A que es raro? Te has quitado un peso de encima.
Y si, ciertamente se había quitado un enorme peso. Se sentía bien, oxigenada y libre. Por eso decidió levantarse para mirarse en el espejo.
Había dado apenas dos pasos cuando le inundó la sensación de que algo había cambiado, se sentía flotar, cada vez más. Literalmente. La gravedad había perdido valor para ella y mientras daba el tercero las chicas comenzaron a observar más y más alta a Pilar. Se apartaron del susto. Tanto que nadie pudo remediar la continuación de los sucesos.
-¡Está volando! Pilar está volando.
Y mientras todas la miraban estupefactas, Pilar, comenzó a subir y subir, cada vez más.
-¡Vuelo! ¡Puedo volar!
-¡Pilar no hagas tonterias! ¡Baja con nosotras!
Pero era demasiado tarde. Pilar desde arriba contestaba:
-¡No puedo! ¡No sé hacerlo!
Y desde abajo, entre ellas, un murmullo comenzó su camino.
-¿Te acordaste de ponerle crema hidratante?-Yo no, no sé si llevo en el bolso.-Ostras, ¿Nadie le puso crema hidratante?-Colosal error.
Y Pilar apenas pudo oirlo, mientras se alejaba más y más y más. Para siempre, hacia lo más alto del firmamento.

El ataque de la mujer peluda


 Erase una vez una ciudad desquiciada, dónde las mujeres se embarazaban aposta de encargados y jefecillos con infulas de grandes sabios pero honrados. Donde los hombres tiraban las colillas frente a las cejas de Carmena y sus hijos los chicles. Allí nació la mujer peluda. Heroina sin igual que con sus piernas sin depilar se dedicaba en las noches de Agosto a perseguir los crímenes que la policía no podía, la mayor parte de las veces por falta de pruebas, solucionar. Si un anciano tiraba chinchetas en la puerta del garaje, si una panadera se sonaba los mocos en la manga de la camisa: TACHAN! La mujer peluda intervenía.

La casa de las brujas.

Según el sol se iba ocultando, el frescor del aire de la sierra iba tomando su lugar. La belleza de la montaña se ruborizaba ante la casa de "Las brujas"; a medio camino entre el pantano del valle y la cima rocosa, desde allí, podía observarse, en su amplitud pasmosa, el anfiteatro formado por las altas cimas circundantes; las más cercanas llenas de pinos diversos, de zarzamoras, de rocas que descansaban en figuras imposibles, de lagartijas y cucos, de abubillas y ciempiés; las lejanas, al otro lado de la aparente pero traidora calma del agua, mostraban los cultivos del hombre, que, tratando de aplanar cualquier rebeldía del terreno, parecían un verde papel erizado al que la naturaleza hubiese ido apuntalando, a lo largo de los siglos, como si quisiese construir su propio circo.
Siempre había sido así, tarde tras tarde, mes tras mes, el sol calentaba por el día y el fuego se deshacía por las laderas al abandonar la tierra prometida del hielo.
Mercedes y Jaime, los dos hermanos presentes, recortaban al rojo circundante sus respectivas alargadas sombras.
-Es curioso, se ha ido y no siento nada. Siempre pensé que alguna vez conseguiría sentirla. Siempre fue buena, muy buena, quizás demasiado buena. Consiguió sacarnos adelante a los ocho, siete hermanas y yo, el pequeño. No nos faltó de comer, ni de vestir, quizás algún día pasamos frío, pero se las apañó incluso para mandarme a la universidad.
 -Si, siempre fue buena-Respondía la hermana
.Cuando me metía en peleas con los niños del pueblo no me regañaba ni se enfadaba conmigo, se limitaba a castigarme cara a la pared y a repetirme: "Piensa.". Y yo pensaba, pensaba en que siempre llamaban a mi casa la casa de las brujas, y en la manera de hacérselo pagar. -Decía Jaime.
-Ya sabes cómo era, no se enfadaba nunca
-Cuando le rompí a Saúl la cabeza tirándole por las escaleras de la Iglesia me miró con decepción hasta que el pobre salió del hospital, y aún me tuvo un mes en casa, supongo que para evitar los comentarios del vecindario.
-Ya teníamos bastante con padre.
-Se fue, padre se había ido, ni aún guardo recuerdos suyos. Debió de ser muy duro. Pero yo nunca pude sentirla a ella. Teníamos regalos en navidad y en nuestros cumpleaños y en los santos, yo los disfrutaba siempre, pero cómo si cayesen del cielo, no como si viniesen de ella.
-Era sufrida, quería lo mejor para nosotros.
-Cuando dejé embarazada a Felisa, se hizo cargo de la muchacha y del niño mientras yo hacía la carrera; cogí psicología, lo recuerdo, para poder irme del pueblo. No pensaba regresar.
-Y Felisa se fue a la ciudad a buscarte siete años después y consiguió  rehacer su vida con el abogado.
-Luego mamá se puso enferma y os ocupasteis vosotras.
-Alguien tenía que estar.
-Por eso la llamaban la casa de las brujas, por nuestra familia. Desapareció el bisabuelo, desapareció el abuelo, desapareció Padre. Desaparecí yo. Una casa de mujeres, de mujeres trabajadoras, de mujeres fieles, de mujeres solas. Nunca la sentí.
-¿Lo has decidido ya?
-Si. Los campos se los reparten Cristina y Luisa. María y Susana se quedan con el dinero de la familia. Tú, Ariadna y Soledad no quereis formar parte del reparto. Mis abogados dicen que es un reparto justo. Que yo me quede con la casa.
-Sabes que todas hemos querido vivir aquí, aunque Ariadna y Sole tienen casa en la ciudad.
-Nunca sentí a Madre, quizás así lo consiga. Pero vamos, se hace tarde. Quiero empezar este mismo atardecer. Derruiremos juntos el ala vieja, cómo te dije, tengo la retroexcavadora preparada, luego mezclaré las cenizas de Madre en los escombros, con la última luz, y mañana comenzaré a construir la parte nueva.
-Sabes que Madre quería descansar en el lago, Cristina y Susana...
-Olvídalas, siempre han estado trabajando, ahora me ocupo yo. Yo decidiré que se hace con sus cenizas.
Y Jaime se dirigió a la potente máquina, encendió, arroyo, retrocedió y volvió a arroyar, una y otra vez. Cuando se hubo asegurado del trabajo hecho tomó las cenizas de su madre, bajó del aparato y se dispuso a abrirlo para extender los restos. No lo hizo empero, algo le sobresaltó. Siete sombras rodeaban la suya, y de cada ladrillo roto un trocito de material blanco sobresalía. Se dio la vuelta.
-¿Estáis todas? ¿Qué haceis aquí?
-Esta es la casa de las brujas, es nuestra casa, y lo que tienes en las manos es la urna de nuestra madre. -Dijo María.
-Está bien podéis quedaros. ¿Qué demonios es lo que tienen los ladrillos? ¿Esta cosa blanca?
Preguntó dándole un puntapié al más cercano.
-Agáchate y míralo. - Se limitó a indicar Luisa
-¡Son huesos! -Exclamó Jaime- ¡Dios santo! ¡Los bisabuelos construyeron con huesos! ¡Cada ladrillo tiene el suyo!
-No.- Contestó Mercedes- El abuelo desapareció. La bisabuela construyó con huesos, y la abuela construyó con huesos, y madre construyó con huesos. Todo tiene una explicación. Esta es la casa de las brujas, una casa de mujeres, de mujeres trabajadoras, de mujeres fieles, de mujeres solas. Tú tendrás tu parte. Eres el varón. Y tenías razón, va siendo hora de renovar ciertas partes del edificio.

Redes: Fin de la primera jornada




Una hora y media tardaron en elegir lo fundamental. Jorge estaba mentalmente extasiado por haber elegido unos cuadernos y libros para el ocio. La señora mayor parecía estar complacida.

-Bien, bien, bien. Ya has elegido bastante. -Proclamo ella- Ahora voy a elegir yo a tus ayudantes, te informo de que no nos vale cualquiera, tengo por norma elegir bien. Han de tener todos palabra abierta, así te entretendrás, pero ser asignados a clase inferior a índigo. ¿Porqué? Muy sencillo: Solamente se la podrás otorgar tú, por eso quiero que salgan ganando. Muy importante: Para otorgársela debes nombrarlos, dar dos palmadas, pronunciar "palabra abierta" y volver a palmear dos veces. Ningún condenado a compañero tendrá tiempo de recreo libre en presencia de un semejante que esté disfrutando de recreo libre, solamente el jefe de grupo puede disfrutar de tiempo de recreo libre en presencia de un semejante subalterno. Así que asegúrate de programar bien sus premios si te dejan hacerlo. Que no interfiera con sus o con tus deberes. Parece fácil, pero a veces... Ellos tendrán su propio ajuar, no te preocupes si toman un camino distinto al tuyo, aparecerán cuando tengan que aparecer.

Dicho esto, justo cuando regresaban al mostrador dónde fuese atendido hora y media antes, la mujer cerró palabra palmeando tres veces seguidas. Allí había cinco condenados esperando.

-Dime qué necesitas Jorge.

Jorge comenzó a hablar sin ser él mismo el que moviese un sólo músculo de su cara, boca o lengua:

-Necesito ayudantes fornidos. Armas de fuego y personales. Ordenadores portátiles. Guías de programación y una estación independiente para gestionar vehículos, equipaje rodante, maquinaria agrícola, de construcción, expeditiva y a todos nosotros los compañeros. No son tres, son tres directos. Compruebe la lectora, cada uno de los directos deberá tener cinco adicionales. Sin palabra otorgada. Conviene que los directos marchen conmigo, los adicionales puede conseguirlos más adelante.

-¡Santo cielo! Y yo que pensaba que ibas a tener suerte.

La mujer comenzó a pasar la lectora por las nucas de los allí presentes.

-Hum, multas de aparcamiento... Va a ser que no. Locura transitoria... Tampoco. Estafa inmobiliaria, podría estar bien, pero es un enclenque... Si no te molesta, Jorge, siéntate un rato en ese banco y mientras atiendo a estos pobres, ya irán llegando más. Seguro que antes o después lo logramos.

A las 13:40, unas cuatro horas después de haber ingresado en aquel almacén, el cuerpo de Jorge y su primer ayudante directo, Carlos, se levantaron del asiento dónde habían permanecido. La encargada de la selección comentó:

-Ya veo, es hora de comer. ¡Tranquilos! Marchaos, ya me iré yo también en cinco minutos.

Los cuerpos de Jorge y Carlos se pusieron en marcha, se dirigieron al primer ascensor de bajada que encontraron abierto. Uno de los dedos de Jorge presionó el botón de la planta segunda mientras su boca exigía "No te alejarás de mí más de lo imprescindible en tu hora y media de recreo libre" "actuarás primordialmente cómo escolta, sin que ello denigre otras funciones de las que puedas hacerte cargo simultáneamente" "La función de seguimiento. vigilancia y recuento de equipaje quedarán asignadas a uno de tus ayudantes" "La comida será elegida adecuadamente para soportar entrenamientos de alto funcionamiento."

-Oído señor. -Contestó el subalterno ante el terror psicológico de Jorge.

Los dos cuerpos salieron justo entonces del ascensor, tomaron la comida del bufet del edificio, se sentaron a una apartada mesa, en un rincón y tras realizar una copiosa ingesta volvieron de nuevo al ascensor. Desde allí pulsaron el sótano y encauzaron sus pasos hasta el pequeño gimnasio del edificio

Jorge y Carlos. una vez ingresados en la sala de cardio, comenzaron a entrenar, al principio con paradas cada cinco minutos, después cada diez y tres horas después pararon, se sentaron y al instante recibieron una visita.

-Hola, soy Ivana, soy ayudante de Jorge.

Les espetó una mujer de unos treintaicinco años, morena, muy alta y muy fornida.

-Helena dice que podéis subir a descansar con ella. Yo debo entrenar.

Los cuerpos de ambos hombres retomaron el camino hacia el almacén. Dentro de su cuerpo, Jorge se apesadumbraba por no haberle preguntado el nombre a "Helena". Cuando aterrizaron junto a ella les esperaba con una enorme sonrisa.

-Hola chicos, os presento a Javier. Acaba de llegar. Espero que os llevéis bien.

Jorge se encontraba físicamente agotado, además quería despedirse de Helena, sin embargo sus piernas retornaron el camino hacia el ascensor y tras él las piernas de Carlos y de Javier, que se encontraron con las piernas de Ivana que acababa de salir del ascensor contiguo. La bajada, no obstante, no fue inmediata. Más de una treintena de maletas autorodantes se introdujeron con ellos en el ascensor.

Las maletas les siguieron a la salida de aquél palacio jurídico medio, pararon con ellos mientras recogían cuatro mascarillas de protección contamínica y atravesaron medio kilómetro de túnel de transporte andando. Cuando llegaron al final del túnel encontraron un pequeño hostal, desde fuera podía leerse: "En este hostal tenemos cubículos para acompañantes, tendrán lo que usted no puede tener: Incluso videojuegos" El grupo se dirigió a la admisión del hostal, las treinta maletas se autodirigieron a la planta inferior y a cada uno de ellos se le asignó un cubículo estrecho, con una cama, una silla y una mesa, un pequeño televisor y una consola de videojuegos.

-No os preocupéis si sois nuevos, vuestros cuerpos dormirán ocho horas, estarán totalmente a salvo en los cubículos. Dentro de ocho horas y media se os servirá un desayuno con café y tostadas, se os abrirá el acceso a las duchas y regresaréis a vuestros cubículos bien limpitos, allí tendréis vuestra primera hora y media libre. Ya aprenderéis a jugar a videojuegos. Algunas veces me gustaría probarlos. Los que terminan su condena siempre los echan de menos.

Si Jorge hubiese sido libre estaría temblando de miedo y terror, casi desfallecería por el cansancio físico y seguramente se sentaría angustiado en una de las sillas de admisión. Pero Jorge no era libre, por lo que su cuerpo era más fuerte que sus pensamientos, el miedo, el terror y la angustia no existían en él y el cansancio físico no era un impedimento lo suficientemente poderoso para dejar de caminar.

Recibió el número de cubículo asignado y tomó el ascensor junco con Carlos y Javier. El cuerpo de Ivana pareció encaminarse hacia las escaleras. Una vez hubo ingresado en su cubículo, el cuerpo de Jorge se tumbó y tapó con las sábanas y cómo si con un interruptor hubiese sido desconectado, sus ojos se cerraron, su cuerpo se relajó y su mente comenzó a proyectar las imágenes de un sueño.



En el sueño un excelente orador le aconsejaba sobre la utilización de la televisión y de los videojuegos, se le conminaba a prestar algo de tiempo libre a la meditación sobre emociones estando en dicho estado, a mover las diferentes articulaciones voluntariamente y a no dedicar el cien por cien de su tiempo en aquello que estaba prohibido a los habitantes normales. La televisión y los videojuegos estaban prohibidos a los habitantes libres por algo y aunque los compañeros tenían acceso a ellos, no había que olvidar que existía la posibilidad de leer y mantener la conexión con el propio cuerpo. Finalmente se le deseaba a Jorge la mayor de las suertes en su nueva condición y se le explicaba que mas adelante podría elegir la música que deseaba escuchar mientras su mente entraba en el estado de reposo correspondiente al de su cuerpo.

Jorge deseaba llorar y gritar mientras una acogedora sintonía de Miles Davis sonaba en su cabeza.




Redes: La condena


Jorge, o mejor dicho, su cuerpo, se dirigió a la gran puerta de la gran sala, agarró con naturalidad el pomo alargado, lo giró y atravesó, durante minutos, un largo pasillo con otras puertas similares a la que había abierto; entre ellas, estaban situados los bancos de espera. Al través de aquellas enormes puertas se podían escuchar voces tumultuosas: grandes "oh" y grandes "Castigo, castigo". En los bancos algunas personas sollozaban, tal vez fuesen familiares de acusados, tal vez familiares de víctimas de injurias, la mayoría vestían de distintos tonos de verde.

Era así, la mayoría de los verdes no soportaban vestir los ocres, grises, marrones, negros y blancos, ni siquiera los entre colores aguamarinas, tejas y otros: Necesitaban hacer saber que eran clase verde con toda su nítida ordinariez. No trataban de disimular como las clases bajas, ni tenían el gusto de las clases altas. Salpicando su visión aparecían los guardias, fornidos y altos, de uniforme, con sus gorras, sus porras y sus pistolas activadoras.

Mientras Jorge caminaba, una de las puertas que tenía delante comenzó a abrirse, los guardias cercanos se situaron a ambos lados del gentío, ansioso por regresar a sus quehaceres.

El cuerpo de Jorge se situó junto al banco contiguo, de espaldas a la pared, su cabeza, antes libre, que le había permitido explorar la situación, se tornó gacha y rígida, solamente sus ojos, dentro de la línea de visión del suelo, eran suyos, y aún sabía que, llegadas situaciones determinadas, tampoco le pertenecerían. Deseaba seguir llorando, cómo antes de la activación, pero simplemente no podía, la serenidad de su cuerpo, de su ritmo cardíaco, le permitían pensar y divagar sin impedimento, pero apenas sentir en consonancia.

La mayor parte de aquella gente había salido ya cuando Jorge tornó a tener voluntad sobre su testa. El cuerpo se puso en marcha de nuevo, siguiendo el camino de la mayoría que marchaba frente a él. Su paso era casi jovial, con el paso despreocupado, ágil, pero no rápido, balanceando los brazos alternativamente como si acabase de salir de una fiesta en la que se hubiese enamorado. En los bancos podía avistar miradas de reproche al uniforme de acusado. Afortunadamente sabía que solo era una molestia pasajera. Pronto le asignarían un atuendo entre color difuso e intrascendente, nadie salía de aquellos edificios sin un equipaje adecuado para la reeducación en campo, ni tan siquiera los perpetuos: Las condenas más largas podían llegar a ser reestudiadas.
 
Llegaron al fondo del pasillo, nueve ascensores marcaban bajada, su uniforme se plantó frente al único que marcaba subida. Esperó apenas dos segundos para poder subir; le habían hablado de aquello, de la terrible experiencia de hallarse conectado en red con los artilugios controlados informáticamente; de visionar cómo tu cuerpo se hallaba prácticamente sin obstáculos, pasando pasos de cebra, llegando justo cuando las puertas del transporte público se abren, o llegando a los lugares predestinados en las horas de menor afluencia (gracias a las cámaras de seguridad), tal vez, no fuese tan malo después de todo.
 
El ascensor llegó al último piso, el decimoctavo, Jorge salió, llamó al timbre de la primera puerta a su derecha., ésta se abrió lentamente, se plantó frente a un mostrador sucio y desgastado. Allí una mujer mayor salió a su encuentro.
 
-Veamos que tenemos aquí, tranquilo muchacho, no hace falta que me contestes, la lectora me indicará qué es lo que debo darte.-Dijo la mujer procediendo a pasarle el equivalente a una lectora de código de barras por la nuca- ¡Vaya por Dios! ¡Has tenido suerte!- Prosiguió la voz fuerte y clara de la casi anciana- ¡Eres asignado a un miembro de la red Iris! Ja ja, no sé qué habrás hecho, pero mereció la pena. Humm ya veo tus ojos ditirambos, tranquilo, además tienes modo palabra abierta, eso me permite hablar contigo si quiero, veamos. ¿Vas a estar tranquilo? ¿Nada de ponerte a dar gritos? Bien. Plas Plas- La mujer dio dos palmadas bien audibles- Palabra abierta. Plas plas. -Se oyeron las dos palmadas finales.
 
- Ya puedes hablar conmigo... Puedes hacer la prueba.
 
-Hola buenos días.
 
-¡Hola!
 
-Gracias
 
-De nada. Verás, cómo compañero de miembro de la red Iris vas a tener bastante ajuar de novio, por lo que tendrás que disponer de al menos tres coadyuvantes. El caso es que tardaremos tres horas o así en conseguirlos, porque hoy el edificio no tiene mucho trabajo. No vayas a creer que el sistema está otorgando compañeros a diestro y siniestro.
 
-Tendré paciencia
 
-Si, bueno, supongo que no te va a quedar más remedio que tenerla- Sonrió malévolamente la señora.
 
-El caso es que me aburro, siempre elijo yo la ropa y todo el material asociado. Hoy vas a elegir tú conmigo. Vas a estar con red Iris. ¿Te he dicho ya eso? Para que lo entiendas, no solamente tienes derecho a vestir todos los atuendos, tienes la obligación de elegir uno de cada cómo mínimo, recomendable que al menos diez modelos distintos de azul índigo e iris. El material asociado con tu caso particular está abierto. Parece que puedes elegir los nuevos objetos personales que te parezcan oportunos. Hasta un máximo de tres maletas rodantes. ¡Hey, eso son noventa kilos! ¡Te ha tocado el gordo! ¡Y seguro que cuando te vuelva a palabra cerrada me pides más! Ya verás cómo nos divertimos muchacho.
 
-Si, supongo que si.
 
-No me mires tan compungido, no creo que seas un angelito. Aprovecha que estoy de buen humor y vamos adentro. Te mostraré lo que puedes elegir. Por cierto ¿Prefieres empezar por el vestuario, o te recomiendo material de oficina? Red Iris me suena a eso, no estaría mal escoger unas cuantas libretas que te gusten.
 
-¿Libretas? ¡Si! ¡Quiero comenzar por eso!
 
-Bienvenido a tu condena.